domingo, 16 de octubre de 2011

Pensamientos desvariados en un tren


La realidad volvió a su estado natural reclamando lo que por ley era suyo y el paréntesis espacio-temporal en el que había vivido los días anteriores se esfumó como lo hace el humo de un cigarrillo al consumirse lentamente.
Un reflejo en la ventanilla le devolvía una mirada insolente que conocía al dedillo, eran sus propios ojos con forma de almendra los que le miraban fijamente. La mirada en cuestión no pretendía ser insolente, nacía dentro de ella una fuerza que le prohibía llorar, y menos públicamente y que le impulsaba a sonreír consiguiendo una mueca forzada, pero con la certeza de saber que las cosas se estaban haciendo bien.
Su apariencia era justamente la de una persona que se había dedicado a los placeres terrenales durante días y los síntomas eran claros: el pelo formaba hebras sueltas y estaba sucio a pesar de habérselo lavado el día anterior, ni pizca de maquillaje por lo que sus ojeras eran más que evidentes, tenía el estómago vacío de no desayunar y había malcomido pasta… La pasión cobra su parte y a pesar del desgaste físico, con tan sólo una caída de pestañas el espectáculo vuelve a empezar y así vamos.
La química no tiene explicación, no sabes por qué pero esa persona te entiende, en mayor o menor medida, y se cuela en tu mundo de ideas abstractas, de monólogos sobre cómo salvar el mundo, de íntimos secretos jamás confesados anteriormente, de paisajes pintados a base de mucha imaginación, de música resonando por cada recoveco, de miedos perdidos, de puertas cerradas y de ventanas abiertas de par en par.
Déjate llevar y baila esta pieza. Solo nosotros podemos ponerle fin o bailarla para siempre.

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